La culpa de todo la tienen los Beatles. Los cuatros músicos viajaron a la India en un periplo espiritual en 1968. Hordas de turistas occidentales siguieron sus pasos en busca de la iluminación. Y todavía los siguen hoy con su uniforme de alpargatas de cuero, pantalones bombachos y camisetas de colores. El ashram donde los de Liverpool escucharon las revelaciones del gurú Maharishi Mahesh Yogi es hoy un sitio de peregrinaje en las cercanías de la ciudad de Rishikesh. El lugar carece de interés. Un viejo recinto en ruinas. Pero los buscadores de la iluminación hacen aquí parada para quizá imaginar a John Lennon y Paul McCartney componiendo las canciones del Album Blanco mientras levitan.
Si el lugar no tiene mucho interés, no ocurre así con quienes se acercan a verlo. «Tío, aquí estuvieron los Beatles. Siento su presencia ¿Tú, no?» No, ilumíname.
La religión en la India es otra cosa. Una forma de vida. El trajín diario y la realidad se mezclan con la religión. La frontera entre lo humano y lo divino es difusa. Cuando un taxista te cobra -después de estafarte- se lleva el dinero a la cabeza y musita una oración. En Delhi es posible ver a monjes jainistas caminando como dios -o dioses- los trajo al mundo. En el país asiático hay más lugares de rezo que hospitales y colegios juntos, según datos del Gobierno. Cuatro de las grandes religiones del mundo han nacido aquí: budismo, jainismo, sijismo e hinduismo. La India es religión en vena.
La fascinación occidental por la espiritualidad india comenzó en el siglo XIX, especialmente en Alemania, y con las visitas de gurús indios a Estados Unidos. Pero el viaje de los Beatles y el movimiento hippie hicieron explotar el interés.
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